Violencia en aumento





En Mar del Plata, el 80% de las mujeres se siente insegura en la calle. Y según los informes de femicidio que elabora la Procuración Provincial, en el año 2015 existieron 67 mil denuncias de delitos vinculados con la violencia de género. En 2016, esa cifra aumentó un 40%: se alcanzaron las 95 mil denuncias. El monstruo se expande.


Lucía, Araceli, Ángeles, Candela, Melina, Florencia, Valeria, Natalia, Daniela, María José, Marina, Kiara, Agostina, Lola, Micaela, Daiana, Anahí. Hay más, muchas más. Todas mujeres. Amigas, hijas, primas, sobrinas, hermanas, vecinas, compañeras. Todas ellas no están más. Ninguna va a poder hacer realidad sus sueños.

No van a cantar, no van a pintar, ya no van a escribir. No van a plasmar sus hermosas sonrisas en una foto. Nunca más. No van a hablar de política, ni de sus amores, ni de sus gustos. No van a darle un beso a su mamá cuando recién se levanten, o antes de irse a dormir. Tampoco van a tener discusiones de madre-hija. Ya no van a salir a la calle a luchar por sus derechos.

Porque las callaron, porque les arrebataron la vida, los sueños, los deseos y la esperanza. Porque así lo decidieron esos, con los que cada una se cruzó. Porque así lo marcó una mente retorcida de veneno. Porque la realidad que vivimos hoy, nos mata día a día. A todos, pero con las mujeres tiene saña. Con las mujeres tiene odio. Ninguna de nosotras sabe quién es la próxima. Vos, yo, una amiga, una prima, una vecina, tu mamá, tu tía, tu sobrina, tu hija, tu nieta. Nadie sabe.


Me perturba pensar que en algún lugar de esta sociedad enferma hay una lista invisible en la que se van tachando nombres. Se van tachando vidas. Que va suprimiendo sueños, que va cerrando ojos y destruyendo libertad. Porque es así, el contexto en que vivimos modificó nuestra forma de vivir. La basura de realidad que tenemos, logró cambiar nuestras rutinas, nuestra atención. Tan así es, que salir a la calle es sinónimo de llevar adelante un protocolo de prevención y no de libertad.


Ir hasta la parada de colectivo implica ser minuciosa en cada paso, y salir con tacos o sandalias altas, está descartado; porque si hay que correr, se complica. Llegar a la esquina de casa a las nueve de la noche, es una odisea. Si el quiosco de la esquina está abierto, zafo; pero si está cerrado, acelero el paso y de la esquina, corro treinta metros hasta la entrada de casa, porque los árboles de enfrente tapan la luz, además, "por las dudas". Mirar para atrás más de cinco veces es común. Siempre estoy súper atenta a las motos, a las bicicletas y a los pasos, es algo automático. En más de una ocasión, mi cabeza escuchó sonidos que no estaban. Es horrible. En medio de la adrenalina que genera caminar de noche, unos metros bajo la luz -si con suerte existe- de una columna pública, aparecen. Ni hablar del calor que circula por la espalda, y la transpiración de esos segundos que parecen eternos. Siempre, en casa, digo que no puedo dejar de vivir por las cosas que los medios replican a diario. Pero el miedo no desaparece, la preocupación de mi familia tampoco, y el beso con amor antes de irme, es ley. Es triste saber que podes no volver. Es escalofriante caminar por la calle y no saber qué ojos te pueden mirar, con quién te vas a cruzar. Es terrible que alguien te mire en el colectivo, y enseguida, se nos cruce la intriga de qué será lo que está pensando, o por qué mira.


La realidad no disminuye. Por más que la televisión no hable de las que día a día se van en manos de mentes retorcidas que andan sueltas por la calle. La ola de mujeres asesinadas, día a día, se hace más inmensa. El Estado sólo parece contar estadísticas. Los femicidios aumentan, la violencia aumenta. Al accionar del Estado se siente precario, poco, ajeno.


Nunca se olviden ustedes, los de traje: si no hacen nada, son parte.

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